jueves, 18 de noviembre de 2010

RECORDANDO LA PASCUA



Por: Pbro. Jairo Franco

        Misioneros de Yarumal (África)



En el silencio de la misión me puse un día a recordar la Pascua, me imaginé hablando con María sobre esos días de nuestra alegría, y pude registrar en mi corazón la siguiente conversación, que es más bien un monólogo de la Señora alentado por mi pregunta.


Cuéntame María de ese momento en que tuviste la dicha de la resurrección.


Habían sido unos días de oscuridad…. días y noches… como la llama mortecina ya sin aceite que la alimente, así me sentía yo.  El sábado en la noche, después de un día largo de silencio y descanso y recuerdos y pesadumbre en el corazón me fui a la cama.  Había tanto dolor y tanta paz dentro de mí. 


Era un dolor grande como un rio de muchas aguas.  Era una paz honda como el mar.  Dolor que desembocaba en la paz.  Estaba triste, sí… pero mi tristeza era como  un mantón que protegía la belleza guardada en mi alma:  una esperanza que se gestaba dentro de mí, concebida así como había concebido a mi Jesús… de lo imposible para los hombres y mujeres.


Me acosté pues rendida, apesadumbrada, embarazada de esperanza.  Todavía, en el umbral del sueño que restaura, mi conciencia,  que ya se apagaba, como haciendo eco a un grito lejano, repetía sin que yo siquiera me lo propusiera:  “En la mañana hazme sentir tu gracia”… y me dormí.  Y dormir aquella noche fue como entrar en el sepulcro donde yacía mi Jesús.


Pasaron unas dos o tres horas de sueño profundo… era como si yo estuviera muerta, o mejor, como si de nuevo fuera tejida en las entrañas de mi mamá.  De pronto desperté y desperté en una alegría inexplicable, una alegría para la que no hay medida…. y desperté escuchando  a Mi Jesús que me saludaba…reconocía su voz y su sonrisa….  – ¡Alégrate llena de gracia, estoy contigo! no si decir si estas cosas pasaban dentro de mi o fuera de mi.    Abrí la ventana de mi cuarto y vi que la noche estaba todavía más luminosa que el mismo medio día. 


Las estrellas como ángeles gritaban paz y yo de tanta luz me sentía como la luna de aquella pascua y a mi Hijo, mi Jesús Señor,  como al sol naciendo feliz en oriente.  No sé cuánto tiempo me quedé mirando por esa ventana.  Fue María de Magda la que me trajo al domingo nuevo que despertaba a Jerusalén.  Ella tocaba la puerta de la casa y tenía la prisa de una noticia para decir. Le abrí y nos abrazamos y movidas por la fuerza de Dios en nosotras empezamos a cantar al unísono: “Proclama mi alma la grandeza del Señor…”, y fue cantando que nos dimos cuenta que las dos ya sabíamos la Buena Noticia.


Y después, ¿fuiste al sepulcro?

No.  Sabía que mi Jesús Señor estaba vivo, ¿para qué ir a los muertos?


Le agradecí al silencio esta revelación y me quedé feliz por estas cosas que habían entrado por los oídos de mi corazón… y estaba agradecido porque es esta misma alegría de María la que nos ha traído a la misión,  para que ninguno siga buscando entre los muertos.



Sopa de letras
Busca en la "sopa de letras" el mensaje que se escribe a continuación: "Todos los hombres, conforme a su dignidad de ser personas, tienen la obligación moral de buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión”.



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