jueves, 18 de noviembre de 2010

LA SOLEDAD DEL NIDO


Por: Hernando Villegas R.

           II de Teología


Escuchen la agitación de las alas, miren el constante ir y venir. Son los pajaritos, en un afanoso ajetreo por construir el nido.

Cuanto talento, cuanta diligencia, cuanta sencillez, cuanta obediencia… la contemplación de estas laboriosas y agraciadas criaturas del Señor, en verdad que producen embeleso y sonrojo.

Y es de admirar que tienen tiempo para todo: para lanzar un melodioso canto al aire, que aunque parezca algarabía no deja de ser muy, muy agradable.


Listo el nido, comienza la dispendiosa y abnegada tarea de la fecundidad: empollar los huevos y una vez eclosionados, alimentar a los hambrientos polluelos hasta que estos puedan volar y cuidarse por su propia cuenta.


Pero, ¿esto para qué? Para decir que es necesario aprender de las aves. Miren no más cuanta labor, y después de algunas semanas el nido que con tanto esfuerzo se construyo queda vacío. Pero… qué triste sería si no fuese así. 



Las aves no pueden quedarse en el nido; sus alas les impulsan a elevarse al cielo y lanzarse al horizonte. Ellas son iconos de libertad, ellas deben apreciar y conquistar con intensidad y valentía las vastas hermosuras de la inmensidad, ellas deben ir a la lejanía.


A sí mismo, el sacerdote, la religiosa, el laico que se comprometen con Cristo, deben dejar el nido para que sus alas no se atrofien. Al bautizado y al consagrado le han sido dadas las alas del Evangelio, que le invitan y le impulsan a la conquista de la inmensidad del mundo, donde las almas esperan por él.


Si las aves no abandonan el nido, ¿quién seguirá construyendo otros nidos y enseñando a volar a otras aves? La soledad del nido no es abandono ni obligatoriedad de partir. Más bien es libertad, desapego a lo limitado; indica la anchura del mundo donde la voz de Cristo tiene que resonar con fuerza y valor.


Las avecillas nos enseñan que no se puede permanecer en el nido, esto sería contradecir la naturaleza; el sacerdote y demás consagrados y comprometidos no pueden limitar su radio de evangelización. Esto sería negar la vocación suya dentro de la Iglesia como servidores de Cristo; esto sería despreciar la riqueza que recibe quien se da al servicio de Dios en los demás y en todos los lugares.
El amor de Cristo apremia en los corazones de los hombres y mucho más allá donde por falta de ministros anunciadores y dispensadores de las gracias del cielo, se eleva en silencio el pedido de generosos y valientes SERVIDORES del Señor de señores.

Que el sacerdote, la religiosa y el laico se lancen a la construcción de nidos de verdad y de vida en otros lugares; en los corazones de los hombres del mundo entero. Si el nido queda solo, esto indicará que las alas han sido extendidas a la propagación del Mensaje del Amor.

Si Cristo es conocido y amado en todos los lugares y por todos los hombres, esto demostrará cuán valiosa y necesaria es “la soledad del nido”.





No hay comentarios:

Publicar un comentario